(Antonio Serrano Santos) Terminaba la primera parte de este artículo así : “ Se podría , por tanto, “ reproducir” esas imágenes y sonidos…, podríamos contemplar personajes y escenas del pasado”. Grabamos una imagen y sonido con el móvil y los enviamos a otro móvil. ¿ No es cierto que entre la grabación y la recepción hay un tiempo y un espacio recorrido aunque sea de milésimas de segundos? ¿ No es un pasado y un presente? ¿ Antes de llegar al receptor, no está presente en el espacio-tiempo recorrido entre emisor y receptor? ¿ Y lo mismo en el espacio sideral, entre estrellas y la Tierra, que captan los científicos con sus complicadísimos instrumentos?

Toda imagen y todo sonido queda “ eternamente” grabado en el espacio-tiempo del universo. Y no desaparecen del todo. Materia- energía; energía- materia. “Nada se crea, nada se destruye”; todo se transforma. Todo.

Lo mismo que nuestros aparatos captan las galaxias, los agujeros negros, las ondas gravitacionales, los cuásares, la existencia de planetas y astros, invisibles a la vista humana, por los espectros, y lo mismo que se “resucitan” por el ADN seres vivos del pasado, y se clonan los del presente, y se crea “ vida” artificial con células madres, y “ nacen” niños probetas, y tantísimos otros adelantos…¿ quién, hoy, se atreve a negar la posibilidad de contemplar un día en nuestras pantallas, o aparatos sofisticados, revolucionarios, imágenes y sonidos del pasado? Podríamos ver la Guerra de Troya, el juicio de Pilato a Jesús, la muerte de Séneca, el incendio de Roma, la lucha de gladiadores en el Coliseo, la crucifixión de Jesús, escenas de la Historia de España, de América, el hundimiento del Titanic…

Ya “ veo” la sonrisa escéptica de muchos lectores, como la de nuestros abuelos y bisabuelos. Como la de los que aún no creen en el viaje a la Luna. Pero la Historia y la ciencia son tan sorprendentes que apaga esas sonrisas como con los inventos de Julio Verne que nos dejaron perplejos al ver realizados esas imágenes y sonidos de sus relatos. El Nautilus, el viaje a la Luna, al centro de la tierra…

Y, para terminar, a cuántos de nosotros nos gustaría comprobar, por ejemplo, que la imagen de la Sábana Santa de Turín, corresponde perfectamente a la imagen del cuerpo y rostro de Jesús de Nazaret, ya que la verificación posterior al carbono 14 ni se publica ni convence a muchos. Y, contemplando las escenas y palabras de Jesús narradas en los evangelios ver que son reales, históricas. A cuántos nos gustaría “ver”. Ver. La máxima exigencia de la razón para creer frente a la fe que cree sin ver. Los grandes místicos, a pesar de su fe, deseaban ardientemente poder ver a Jesús, a Dios. En el Antiguo Testamento creían que podían morir si veían a Yhavé, Dios. Y hoy dicen hasta poéticamente: “ Veante mis ojos, dulce Jesús bueno, veante mis ojos, muérame yo luego”. Santa Teresa de Jesús quería, al contrario, morir para verlo: “ Tan alta vida espero, que muero porque no muero”, y dice en el Libro de su Vida: “ Quisiera tener delante de mis ojos su imagen o retrato ( de Jesús) ya que no puedo tenerla esculpida en mi alma como quisiera”. San Juan de la Cruz: “¡Oh, cristalina fuente/ si en esos tus semblantes plateados/ formases de repente/ los ojos de mi amado/ que tengo en mis entrañas dibujados…!” Y el apóstol incrédulo: “ Si no veo sus manos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y mi mano en su costado, no creeré”. Pero es más revelador y contundente las palabras del mismo Jesús: “ Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis, porque Yo os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron”.

Estas palabras, sobre todo, las de Jesús, nos demuestran la existencia de una doble realidad, o mejor, una realidad con doble dimensión : la material, física, y la espiritual. Y la dicha, felicidad, que supone contemplar, ver, lo que la fe cree y oculta: ¡ Dichosos los ojos que ven…”. Cuando Tomás vio y comprobó la maravillosa realidad de la manifestación física en Jesús , de esa otra realidad sobrenatural, ya glorioso y resucitado, exclamó, lleno de fe y de inmensa dicha:” ¡ Señor mío y Dios mío!”. Señor, hombre; Dios, sobrenatural. Materia y espíritu. Esa frase corriente, vulgar :” Si no lo veo, no lo creo”, es una mirada miope que no ve, más allá de la maravilla de la naturaleza, ese otro mensaje de la ciencia y de la razón que nos lleva a “ver” la otra maravilla de la fe. Si la ciencia y la fe ya no se enfrentan como antes, sino que se complementan y ayudan para descubrir esa verdad que tanto anhelan el corazón y la imaginación humana, y que parece que la ciencia está ayudando a la debilidad de nuestra fe, y la fe está ayudando a los postulados científicos, ¿ quién no acepta y desea esa posibilidad de contemplar el pasado en escenas y sonidos que pueden enseñar a la Humanidad a ser mejor, a salir de sus dudas, y así se cumpliría esa gran verdad de los clásicos de que “ Historia, magistra vitae”,” la Historia es la maestra de la vida “?.

Una fe bien formada y un corazón limpio, no necesitan pruebas, pero los débiles en la fe sí necesitamos la ayuda de la ciencia y de la religión en sus manifestaciones extraordinarias. Por eso existen.

Vaya esta ilusión, este aparente absurdo, esta locura del deseo del espíritu, esta ansia de verdad y bien, este desafío a la fe y a la ciencia, a las mentes y al corazón de los que lean este artículo, y, no sólo les distraiga o aburra, sino abra una nueva esperanza en la fe de la bondad y del misterioso instinto del hombre que puede superar ese otro instinto, tan misterioso, también, de su maldad y escepticismo.

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