(Eduardo Madroñal Pedraza) Si un mexicano odia lo español, se está odiando a sí mismo. Es una actitud autodestructiva”. Miguel León-Portilla.

Este año -este 12 de octubre también- se cumplen cinco siglos del abrupto final de la sociedad azteca, a manos de las tropas comandadas por Hernán Cortés. La efeméride ha dado lugar a renovadas disputas. En el quinto centenario de la conquista de México, León Portilla nos permite comprender la esencia mestiza de México y de todo el mundo hispano.

Claro que la expansión española en América, como toda conquista, se impuso violentamente y existieron abusos y crímenes, explotación económica y opresión política. Pero también la hubo en la expansión del Imperio Romano, impuesta a sangre y fuego en Hispania, y hoy no solo no pedimos cuentas a Italia, sino que asumimos esa herencia latina como parte de nuestra identidad.

¿Por qué, por el contrario, la conquista española sigue desatando polémicas cinco siglos después? ¿Conquista, invasión, encuentro entre dos mundos… cómo debemos entender lo que sucedió en 1521? ¿La defensa y reivindicación del pasado indígena implica la negación de lo hispano?

La historia no es una simple mirada muerta hacia el pasado. Es una manera de comprender un presente muy vivo. Fijémonos únicamente en dos datos. Por comparación se comprenden mejor las cosas. México es el país americano con mayor población indígena, con 25 millones de personas, un 19,4% de la población. En EEUU, los pueblos originarios solo representan un 1,3% del total. En México, un 70% de la población es mestiza… en EEUU solo el 2,3%. Este hecho define al mundo hispano frente al anglosajón. Somos mestizos, en todos los terrenos. Y este es un punto de encuentro entre lo indígena y lo hispano.

El imperio español hace siglos que no existe, mientras que el imperio norteamericano es una realidad que hoy siguen sufriendo todos los pueblos hispanos, entre ellos, y de forma especialmente virulenta, el mexicano. Entre 1846 y 1848 EEUU no solo invadió y ocupó México, sino que se anexionó la mitad de su territorio. Los actuales estadounidenses Texas, California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, Colorado y Wyoming eran territorio mexicano.

Tan hispanos como indígenas somos mestizos

Ahora, que el recuerdo de lo que sucedió en 1521 da lugar a un enfrentamiento entre “indigenistas” e “hispanistas”, conviene releer las opiniones de Miguel León-Portilla -uno de los grandes sabios mexicanos- cuyos trabajos monumentales han estado dedicados al estudio de las sociedades precolombinas mexicanas.

Su obra “Visión de los vencidos, relaciones indígenas de la Conquista” supuso un punto de ruptura. Por primera vez se narraban los hechos desde la posición y sensibilidad de los pueblos derrotados. Ofreciéndonos, como puede leerse en la reseña de su primera edición, “pasajes trágicos comparables por su intensidad a los cantos homéricos”.

Y este hecho define al mundo hispano frente al anglosajón

No puede entenderse el México actual, ni ninguno de los países que forman el mundo hispano, renunciando o despreciando su pasado anterior a la conquista, que es también su presente. Pero tampoco dando la espalda a su carácter hispano.

Como bien expresa León-Portilla: “la cultura azteca y, más ampliamente, la de todos los pueblos que a través de milenios se asentaron en el territorio de lo que hoy es México, constituyen antecedentes muy estimables, más aún, admirables, que han dejado una impronta en el ser de los modernos mexicanos. Pero a la vez que en éstos existen también numerosos rasgos y elementos de origen hispánico. (…) el México de hoy es resultado de fusiones étnicas principalmente entre indígenas y españoles y, en menor grado, con otras gentes de origen también europeo, africano y asiático”.

El “encuentro” no niega el hecho siempre brutal de la conquista, pero también implica fusión, mestizaje, permanentes cruces. Algunos de ellos sorprendentes, como esa Virgen de Guadalupe que ocupó el lugar de la antigua diosa madre, y junto a Cristo representó la suprema deidad dual, Madre y Padre al mismo tiempo, de la época prehispánica. Y León-Portilla sentencia lúcidamente que “si un mexicano odia lo español, se está odiando a sí mismo. Es una actitud autodestructiva”.

Los otros españoles

No todos los españoles que llegaron a México fueron conquistadores. León-Portilla lo tenía muy presente. Recordaba a los muchos españoles que, huyendo de la misera, llegaron a México tras la independencia. No como dominadores sino para “trabajar en tiendas de abarrotes y panaderías, o como artesanos, obreros, empeñeros y empleados de bares, hoteles y plantaciones”. Ellos “se fundieron con el resto de la población y contribuyeron al desarrollo del país”.

Y conviene recordar el exilio español, fraternalmente acogido en México tras 1939. Cerca de 35.000 españoles, huyendo del fascismo, se instalaron en el país americano. Era en muchos casos una parte importante de la élite cultural y científica española, que volvió a fundirse con el pueblo y la sociedad mexicana. Un permanente viaje de ida y vuelva.

Podríamos hacer un mapa melódico de España y notaríamos en él una fusión entre las regiones, un cambio de sangres y jugos que veríamos alternar en las sístoles y diástoles de las estaciones del año. Veríamos claro el esqueleto de aire irrompible que une las regiones de la Península, esqueleto en vilo sobre la lluvia, con sensibilidad descubierta de molusco, para recoger en un centro a la menor invasión de otro mundo, y volver a manar fuera de peligro, la viejísima y compleja sustancia de España”. Federico García Lorca.

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