(Eduardo Madroñal Pedraza) Hace unos días Enric Juliana -con su habitual sabiduría- plateaba en un artículo que “en el actual cuadro internacional, la Iberosfera cobra sentido, pero un sentido distinto al imaginado por la extrema derecha española” porque “la extensa Iberoamérica multiplica su valor como proveedora de alimentos y materias primas, como potencial destino de inversiones, como escaparate de reformas sociales y como retaguardia de las graves tensiones que tienen lugar en la gran plataforma continental euroasiática (Ucrania, golfo Pérsico, mar de la China…). Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea competirán para aumentar su influencia en Latinoamérica en los próximos años” por lo que “España podría jugar un papel de engarce con Europa”.

España tiene algo que Europa no

Estamos de acuerdo con el actual y creciente protagonismo iberoamericano, así como con sus lazos históricos y vivos con España, y también con Portugal. Pero España tiene algo que Europa no. ¿Por qué ignorar hoy en día el poder del mundo hispano en su rabiosa actualidad y fortaleza?

Somos una potencia demográfica y económica. Somos la cuarta potencia mundial, por detrás de EEUU, China y la Unión Europea, y por delante de Japón y Alemania. El mundo hispano en su conjunto -incluyendo más allá de la lengua por derecho propio un gigante como Brasil- sorprendentemente posee los mimbres, las bases materiales fundamentales, para ser uno de los grandes actores globales. Su territorio -que se extiende a ambos lados del Atlántico, y abarca todo el continente americano, excepto EEUU y Canadá- es ya una condición importante para tener un papel global.

Tenemos una lengua global que no es solo un vehículo de comunicación, es también influencia y poder, el llamado “poder blando”. Solo un pequeño puñado de lenguas pueden considerarse (por número de hablantes, extensión territorial y presencia en los grandes medios) como “lenguas globales”. El español es sin duda una de ellas.

Y el poder de atracción de la cultura hispana. En uno de los últimos congresos de hispanistas, se destacaba que “la tradición española constituye uno de los puntos culminantes de la historia cultural de la humanidad, que sirve hasta hoy de modelo y de ejemplo de coexistencia de grupos humanos con culturas y religiones distintas”.

Europa dominante pero sumisa

La Europa francoalemana nos metió en la UE destruyendo nuestra industria y nuestra agricultura con el objetivo de dominarnos y convertirnos en la “Florida europea”. Pero esa misma Europa -sus clases dominantes- es un polo descendente, y está pillada entre la sumisión al imperio estadounidense en su ocaso y el pujante crecimiento de los nuevos polos emergentes -unos, como China, en una pacífica competencia económica y beneficio mutuo, otro, como Rusia, con invasión militar y chantaje energético-, y sin embargo España -o la península ibérica- tiene la inmensa puerta abierta iberoamericana.

Así como en EEUU se exterminó a los pueblos indios. Y se planificó conscientemente y se ejecutó de forma fría. Porque para desarrollar el capitalismo en América del Norte había que liquidar físicamente a los indios. Así nació EEUU, exterminando a los indios y robando a México más de la mitad de su territorio. Y lo hizo enarbolando un fanatismo religioso con el que siempre se identifica a España, pero nunca a EEUU, un imperio “por la gracia de Dios”.

Sin embargo, España -junto a Portugal- unidos a Iberoamérica podemos emproar el mundo hispano -emproar es un verbo en catalán, gallego y portugués que en castellano es aproar, poner proa- y convertirlo en un polo emergente en la actual transición turbulenta. Porque somos mestizos, y este histórico hecho ibérico define al mundo hispano frente al anglosajón.

Por el hispanismo hacia la fraternidad asiática

Reformulemos el lema del último congreso de hispanistas en Asia -con su profunda contradicción- “por el hispanismo hacia la fraternidad asiática”, y digamos “por el hispanismo hacia un polo hispano emergente”. Porque el poder del mundo hispano no lo han construido las rancias oligarquías dominantes a ambos lados del Atlántico sino los pueblos.

Identificar la defensa del mundo hispano como algo “propio de la derecha” -dominante en la izquierda- no puede ser más erróneo y alejado de la realidad. La unidad actual del mundo hispano no la ha impuesto ningún centro de poder, la han forjado los países y pueblos en una lucha común contra el dominio estadounidense. Y lo mejor del mundo hispano -de su cultura, de sus tradiciones populares, culturales, de lucha y de sus valores- se corresponde con lo más avanzado y progresista de la humanidad. La identidad y la unidad de los pueblos hispánicos se hallan reconocidas por las grandes potencias imperialistas como una fuerza a la que es necesario controlar y anular.

Y, entonces, ¿por qué no dedicar toda esa valiosa riqueza al servicio del cambio y la transformación social? Y junto a algunos de los principales movimientos progresistas que han transformado el mundo, España -como una más, de igual a igual con el resto del mundo hispano- tendría otro presente y otro futuro. Es cuestión de voluntad política.

La enjundia del proyecto -el mundo hispano como un polo emergente en el planeta, impulsado por sus pueblos y fuerzas progresistas, en el periodo histórico que vivimos con un imperio en su ocaso y la aparición de potencias emergentes- necesita la construcción de la más sólida unidad para desarrollar su fuerza revolucionaria.

Restablecer los lazos existentes entre nuestra comunidad en el marco de una hispanidad que se nos pretende robar, es una tarea primordial para todos nosotros y para cualquier revolucionario del mundo.

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