(Francisco Javier Zambrana Durán – Alhaurín de la Torre)

Introducción a la publicación:

La comunicación es nuestro eje vital. Sin ella, no tendríamos nada que hacer en este conjunto de montañas y agua. Seríamos como animales, y ni siquiera eso, porque ellos se comunican mucho mejor que nosotros. El humano debe entrar en contacto con otros humanos para poder sentir que vive en este ecosistema, que está integrado. Antes las personas se reunían, se percibían de manera cercana, tratando de entablar amistad con otros para crear un grupo más voluminoso. Hoy tenemos Twitter, Facebook, Instagram, Whatsapp, y es lo mismo. ¿Para qué verse?

            La explicación, como cualquier otra de las presentadas en esta serie, es complicada de mostrar. Para ello, usaremos una metáfora que nos servirán a modo de guía y una comparación de los pros y los contras de este concepto de Comunicación con nuestro teléfono móvil.

Metáfora:

Halloween. Siempre nos ponemos un disfraz. Una careta, unos pantalones rotos. A veces nos pintamos la cara, nos damos incluso miedo a nosotros mismos. Queremos provocar terror en las personas, o simplemente entre nuestro círculo de seres queridos. Es sumamente divertido ponernos ese atuendo y salir a la calle durante esa tarde para mostrar al planeta que no tenemos miedo de los fantasmas y que nos vestimos de ellos para ahuyentarlos.

            Sí, ya.

            Aquello que nadie sabe es que todos los días nos vestimos de Halloween. Todos los días de nuestra vida nos ponemos ese disfraz, completándolo con una careta o unos pantalones rotos (quizá sin pintarnos la cara), y buscamos provocar el terror, o escondernos, de las personas. Vivimos en una fiesta de disfraces constante en la que cada uno porta su propio atuendo y busca mostrar al planeta que no tiene miedo a nada. Claro, a cara tapada, cualquiera.

            Ese Halloween es el mundo en el que residimos, aquel que no mira a sus alrededores en el metro, y que ni siquiera sabe si va o viene a la Universidad o al trabajo porque su Facebook le echa humo. Tan populares que somos. Tan populares que nos ven.

            Todo es una mentira.

            Como cada Halloween, cuando nos quitamos el disfraz, no queda nada de nosotros. Somos otra vez los mismos, somos los que nos miramos al espejo y no nos damos miedo, porque nos reconocemos. Esto es exactamente lo que les ocurre a las personas cuando entablan conversación con alguien de manera directa (no en un Direct de Instagram, sino cara a cara).

            Tal vez para conseguir la comunicación sean necesarios escasos factores que tienen que ponerse de acuerdo. En nuestro móvil, todos funcionan a la perfección, todos son perfectos. Todos, menos los que no lo son.

A favor:

Defender al Diablo es algo que se nos da bien a todos, sobre todo cuando el Diablo nos regala todo el placer y la codicia de la vida, así pues, por qué no decir que el teléfono es la auténtica pera. Sí, el móvil nos ayuda, nos hace sentir más libres, estar en contacto con más personas, acceder a chatear con ellas dónde y cuándo queramos, y preguntarle al tardón de los colegas que dónde se ha quedado, que ha pasado ya un cuarto de hora, macho.

Eso solo lo tiene el móvil. Hace 20 años, porque no llevamos más con este descubrimiento más importante que el fuego (al menos ha dado ya más dinero y temas de los que hablar), nadie sabe cómo quedaban las personas. Un caso de estrés sería el siguiente:

Imagina que vienes de la Universidad y te encuentras a tu madre, que te pide por favor que vayas a comprar al supermercado, pero habías quedado para comer con tu novia nada más salir. No tienes Whatsapp, no tienes teléfono. ¿Qué hacías? Solo te quedaba la opción de ir a casa de tu novia, pedirle que te acompañe al supermercado, llevarle las compras a tu madre, y comer con ella.

Ahora, la vida es mucho más sencilla. Un simple mensaje que explique a tu novia que vas a tardar 20 minutos más porque vas a hacerle unas compras a tu madre que está un poco liada hoy, y todo solucionado. Hace dos décadas, si eras de los despistados que olvidaba que había quedado con su chica para comer, estabas perdido, hoy, con este recurso, las relaciones siguen vigentes.

Pero no solo esto, sino que la calidad de existencia es mejor. Ya no existe la vergüenza. Ahora se puede publicar absolutamente todo. Ahora no hay ningún tipo de tapujos en hablarle a esa chica que nos ha gustado por Internet. Mientras vamos en el metro, le preguntamos cómo se ha despertado o qué deporte practica; el caso es rellenar bytes y códigos binarios en nuestro teléfono.

El favor que nos hace este tipo de comunicación es inconmesurable. No podríamos pagarlo porque nos supondría un agradecimiento eterno. Al instante tenerlo todo era el sueño de cualquiera de nuestros coetáneos más mayores cuando eran jóvenes. Y ahora, lo tenemos.

Menuda desgracia.

En contra:

            Y ahora, paremos de defender al Diablo, que entre este y Halloween, ya te hemos causado bastante pavor, querido lector. Seamos razonables. ¿Cuánta de efectiva es esta comunicación?

            Si nos centramos en experiencias personales, nos habremos fijado en que en las conversaciones de mensajería instantánea tenemos un serio problema. La comunicación se basa en varios pilares, y uno de ellos es el Contexto. Sí, siempre decimos aquello de yo no quería decir eso, pero lo has interpretado mal cuando alguien cree algo que no era como lo habíamos enunciado por Whatsapp, por ejemplo. El porcentaje de ocasiones en que esto ocurre en la realidad virtual y en el cara a cara, es dispar en todos los sentidos. Punto número uno.

            Por otro lado, podemos destacar que esta pérdida de comunicación nos trae una serie de altercados que no podemos dejar de lado. Podemos vernos expuestos a un aislamiento que algunos pueden llegar a convertir en trastornos psicológicos, o incluso podemos sentirnos tan sumamente introducidos en nuestro propio mundo ficticio que ni siquiera tengamos constancia del resto de situaciones reales. La cercanía de nuestros seres queridos puede ser obviada, y la comunicación con ellos puede escasear hasta el punto de que nos sea complicado entablar conversación con nuestros padres, madres, hijos, hijas o pareja.

            Finalmente, como punto número tres, únicamente es preciso destacar que todos tenemos que comunicarnos sí, pero no hacerlo de forma masiva. Esta comunicación constante nos hace sentir lo que en periodismo se denomina infoxicación (tener demasiada información; tanta que no sabemos lo que hacer con ella). Este problema es común entre los usuarios de las redes sociales de cualquier índole, pues en ocasiones, esta comunicación se desborda. Esto nos lleva a tener que seleccionar y a clasificar nuestra comunicación en base a criterios, muchas veces, dados por el orden de aparición. ¿Preferirías hacer más caso a un twittero que a tu pareja cuando necesita ayuda urgentemente? En más de una ocasión, a causa de la feed que aparece en tu teléfono, lo has hecho sin percatarte.

Temamos a las tecnologías:

            Seré breve. No pretendo asustarte. Como ya he dicho, te he causado suficiente miedo. Solo quiero concienciarte de que el mundo que ves ahí fuera es muy distinto del que ven los que te lo fabrican. Sí, el mundo que ahí observas es un mundo pintado, decorado de manera perfecta para que puedas tenerlo frente a ti como si de una obra de arte se tratase. Lo que a través de tu teléfono ves es perfecto. Pero no real.

            La comunicación se ha desarrollado de una manera tan específica y desbordante que podemos encontrarnos con este tipo de fenómenos que hablan por sí mismos. ¿A quién creerías antes? ¿A alguien que te lo dice cara a cara, o a un vídeo de YouTube?

https://www.youtube.com/watch?v=cQ54GDm1eL0.

Nota: La Era del Rectángulo con Internet es una serie de publicaciones redactadas y gestionadas por Francisco Javier Zambrana Durán que tratan de plasmar el problema que existe actualmente con los móviles y la adicción que representan. Cualquier aspecto que desee ser comentado, pueden entablar contacto con el redactor en sus redes sociales. 


Realizado por: Francisco Javier Zambrana Durán (@neyfranzambrana/Francisco Zambrana).

Fotografías de Francisco Javier Zambrana Durán. – Todos los derechos reservados.

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