(Antonio Serrano Santos) ¿Qué es lo que hace que estén unidos una familia,  unos esposos,  unos hijos, unos amigos,  unos novios,  unos hermanos? El amor. ¿ Y qué es lo que los mantienen unidos?  El amor surge espontáneo entre dos o más personas. Pero el tiempo de relación, mantenido, es lo  que hace que perdure. Como decía el pastorcillo: “ Pa querello, hay que rozallo”. Cuando una mujer, después de nueve meses de embarazo, sintiendo a su bebé moverse, dar pataditas y, a veces, parece sentir un leve llanto,o en la duda del éxito del parto,” cuando cree que ha llegado su hora, y, por fin, lo da a luz, ya no se acuerda del dolor, por la alegría de haber traído un hombre al mundo”. En adelante, si sigue manteniendo, como suele ser, esa relación con su hijo, el amor no solo se va manteniendo, sino aumentando. Y la relación y amor entre los esposos se mantendrá y tendrá su razón de ser en la consanguinidad de los tres. La sangre, o la naturaleza, que es lo mismo, ha creado y conservado el amor entre los tres.

No hay razones ideológicas, psicológicas o religiosas, como causas de ese amor. Surge espontáneo como la flor o el fruto surgen de las entrañas de la tierra sin que el hombre, aunque los siembre, pueda hacerlos aparecer y crecer con su deseo , pensamiento o cálculo.

Libre, como es el hombre, de hacer o deshacer, de amar o de odiar, aunque no sea el creador del amor que nace y une a las personas,  sí es el que puede destruir el amor entre ellas, como se arranca o pisotea  la flor y el fruto que han nacido de la tierra madre. La madre puede llegar a odiar y hasta matar al hijo de sus entrañas, los esposos odiarse entre sí; y los hijos y los amigos. Y terminar en violencia y crimen. Todo amor surgido espontáneamente por la consanguinidad, o por relaciones puramente humanas , es decir, basadas en la naturaleza sociable del hombre, como el amor que renace entre los padres por la relación con su bebé, puede ser ahogado en un mar de desamor, de odio irracional, rebajado a un nivel inferior al de los animales, porque son fruto de un mal uso de la libertad, lo que en los animales no puede suceder por carecer de ella. Dolorosas pruebas de ello tenemos en el mundo entero y, tan cerca,en el tiempo y el espacio, y hoy por hoy, en nuestra  querida tierra. Por encima de toda ideología debe estar el amor y la paz. Y ahí, cuando no es así, falla; no basta la sangre, ese amor.

A través de la Historia, es el mismo hombre, el ser humano, el autor de esa destrucción del amor y de las relaciones humanas,  repitiéndose espantosamente en  todas las civilizaciones  que han intentado salvarlo.

Pero ya vemos, por tristísima experiencia, que ese amor, fruto  de la naturaleza, de la sangre, y de las relaciones puramente humanas, no es suficiente, por sí mismo, para mantenerse vivo y vivificador. No puede luchar y vencer en su instinto natural y vocación de unión, cuando se le opone la omnímoda libertad y caprichosa veleidad del libre albedrío humano. Por encima de las distintas ideologías, políticas, religiosas, filosóficas o puramente humanas, están y deben estar el amor y la paz.

Pero no un amor cualquiera. No un amor surgido de la sangre, de la naturaleza humana. Porque ya vemos que no sirve. No es capaz. Puede que por un tiempo, en pocas personas y ocasiones. Pero no todos, ni siempre, pueden.

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