(Enviado por José A. Sierra) Una de nuestras palabras más íntimas es “bulín”. Es que esta palabra, más que definir un espacio, se refiere a una historia, una ilusión. José Gobello dice en su Diccionario del Lunfardo que es un aposento, un cuarto o una habitación, y que posiblemente la sustrajimos del italiano (algo así como burbujita). Y luego le acoplamos un sinónimo, el “cotorro”, tuneando el cotarro español.

Porque como bulín o cotorro, se conoce al estadio donde se celebra el más importante campeonato del mundo, el del amor. Y cuando éste se acaba, vienen los amigos a consolarnos.

Es obvio que el porteño le canta al bulín cuando se queda vacío. Porque mientras tenga compañía no va a perder ni un minuto rasgando la viola, cuando puede tener en sus brazos a la paica y chamuyarla lindo. Su presencia es importante en las letras de los tangos:

Luego te alquilé un bulín,/ que adornaste con postales,

cortina pa´los cristales/ de la puerta te compré.

Ellas también le cantan al nidito:

En un bulín mistongo/ del arrabal porteño,

lo conocí en un sueño,/ le di mi corazón.

Supe que era malevo,/ lo quise con locura,

sufrí con su ventura/ con santa devoción.

Y cuando la mina se pianta, agarramos la viola pa´ llorar abrazados:

Bulincito que conoces mis amargas desventuras,

no te extrañes que hable solo…¡es tan grande mi dolor!

Si me faltan sus caricias, sus consuelos, sus ternuras,

¿qué me queda ya a mis años si mi vida está en su amor?

Al piantarte del bulín/ me dejaste las postales,

la cortina en los cristales,/ tus cartas y un almohadón

y un corsé que estaba roto,/ un par de tarros fuleros,

me dejaste el sombrero llevándote el corazón.

Al cotorro abandonado,/ ya ni el sol de la mañana

se asoma por la ventana,/ como cuando estabas vos;

Cuando voy a mi cotorro/lo veo desarreglado,

todo triste, abandonado…/ me dan ganas de llorar;

me detengo largo rato/ contemplando tu retrato

pá poderme consolar.

La guitarra, en el ropero,/ todavía está guardada,

nadie en ella canta nada/ ni hace sus cuerdas vibrar.

Y la lámpara del cuarto/ también tu ausencia ha sentido,

porque su luz no ha querido/ mi noche triste alumbrar.

De noche, cuando me acuesto,/ no puedo cerrar la puerta,

porque dejándola abierta,/ me hago ilusión que volvés.

Siempre llevo bizcochitos, pa´tomar con matecito,

como si estuvieras vos./ Y si vieras la catrera

cómo se pone cabrera/ cuando no nos ve a los dos.

Ya no hay en mi bulín/ aquellos lindos frasquitos,

arreglados con moñitos/ todos del mismo color;

y el espejo está empañado; si parece que ha llorado

por la ausencia de mi amor.

Es muy raro, pero a veces vuelven:

Percanta que arrepentida/ de tu huida has vuelto al bulín.

Con todos los despechos/ que vos me has hecho te perdoné;

cuántas veces contigo/ y con mis amigos

me encurdelé;/ y en una noche de atorro

en el cotorro no te encontré.

Pero el sentimiento más profundo nace de la soledad:

El bulín de la calle Ayacucho,/ que en mis tiempos de rana alquilaba,

el bulín que la barra buscaba/ Pa´caer por la noche a timbear,

el bulín donde tantos muchachos/ en su racha de vida fulera,

encontraron marroco y catrera/ rechiflado, parece llorar.

El bulín de la calle Ayacucho/ ha quedado mistongo y fulero;

ya no se oye el cantor milonguero,/ engrupido, su musa entonar.

Y en el primus no bulle la pava/ que a la barra contenta reunía

y el bacán de la rante alegría/ está seco de tanto llorar.

Cotorrito mistongo, tirado/ en el fondo de aquel conventillo,

sin alfombras, sin lujo y sin brillo/ ¡cuántos días felices pasé,

al calor del querer de una piba/ que fue mía, mimosa y sincera…!

¡Y una noche de invierno, fulera,/ hasta el cielo de un vuelo se fue!

Como ya se sabe, a los argentinos nos gusta innovar en la lengua, rascar unas palabras de aquí, otras de allá, y así tener un lenguaje propio.

Por el sentimiento laico y libertario, despedirnos con un “adiós” nunca lo vimos bien. Ni tampoco con un hipócrita “hasta pronto”, que dicho a la suegra suena más falso que moneda de cobre. Y aquí fueron los italianos los que nos dieron una mano para solucionar tan profundo y escabroso dilema. Pero claro, no somos de copiar así como así, solemos darle siempre un enfoque propio. Si los “tanos” se saludan con un “ciao”, nosotros nos despedimos con un “chau”. Por eso de ser distintos y originales.

El “chau” no es solo una despedida. Es mucho más. Indica el fin de algo, de una conversación, de un amor o de una relación laboral. Últimamente, para enfatizar la irreversibilidad de la despedida, se nos ocurrió utilizarlo por duplicado. Luego de conversar por teléfono, para avisar al interlocutor que íbamos a cortar la comunicación porque estábamos hasta el gorro de perder el tiempo, soltamos un “chau chau”. Lo seguía el click. Bueno, y decirle a la percanta o la paica, “chau pinela”, es firmar la sentencia de divorcio. Definitivo. Y sin intervención de letrados ni procuradores.

Letras de tangos de Arolas, Catiostra, Contursi, de Grandis, del Negro, Flores, Laurenz, Maffia, Scatasso y Servidio.

Andrés Montesanto, médico, escultor y escritor argentino residente en Málaga.

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