(Antonio Serrano Santos) Nota: para los que ya saben esta primera parte del artículo, los casos reales y no reales, chistosos, están al final. Prohibido reír, por cumplido, de los chistes malos.

Enrique XVIII de Inglaterra, casado con Catalina de Aragón, hija de Felipe II, se enamoró de la dama de la Corte Ana Bolena. Y decidió divorciarse de Catalina. Había sido nombrado, por el Papa ,“ Defensor Fidei”, defensor de la fe, por su , hasta entonces, ayuda y protección de la Iglesia Católica. El Papa rechazó su decisión. Entonces, el rey, se declaró Jefe de la Iglesia “Católica” de Inglaterra y de las posesiones dependientes de su reino. Esa era su catolicidad, o universalidad, territorial, no como la Católica de la que se había separado, que abarca a la universalidad personal, es decir las personas y no los países o territorios. Después siguió con más mujeres, hasta eliminándolas, lo que le valió el mote del “ Barba Azul” de la Historia.

Ordenó que todos sus súbditos aceptaran su decisión. La mayoría, asustados, aceptaron contra una minoría de la que fueron perseguidos y ejecutados los que no pudieron escapar. Su Canciller, Tomás Moro, se negó y fue condenado a ser decapitado. Hombre culto, escritor de obras como “ Utopía”, tenía un gran sentido del humor hasta en momentos como el de su condena. Destaca en algunas de sus oraciones, expresiones como ésta: “ Señor, dame algo que digerir, y también comprender la gracia de un buen chiste…” Ya al pie de la escalera del patíbulo, le dice al verdugo: “ Ayúdame a subir, que para bajar me basto yo solo”. En la cárcel, la mujer y los hijos le pedían que aceptara la orden del rey, y le acosaban. El dijo, con humor: “ ¡ Me he casado con una leona!” Mártir, y ya Santo Tomás Moro.

Hay otros ejemplos de humor e ironía, como cuando San Lorenzo, diácono, ardiendo en las parrillas en las que el rey moro lo contemplaba, le dijo: “Ya estoy asado por un lado, dame la vuelta y come”. Cuentan que no sufrió nada hasta su muerte. Hay cristianos, sencillos, de a pie, y muchos santos y santas, que se distinguen por su alegría, una alegría contagiosa. Don Bosco y su pequeño discípulo Santo Domingo Savio, hicieron consistir la vida cristiana y la santidad en la alegría. Este fundó la “ Sociedad de la Alegría” entre sus condiscípulos. No se conocen monjas más alegres que las Misioneras de la Caridad de la Madre Santa Teresa de Calcuta que cuidando a los más pobres de entre los pobres, desahuciados y moribundos recogidos de la calle, les producía esa alegría viendo a Jesús en ellos. Es clásico el dicho popular: “ Un cristiano triste es un triste cristiano”. En la película “ El Padrecito”, con Cantinflas, se ve al alcalde criticando al Padrecito: “ ¿ Cómo está usted tan contento y el Señor en la cruz muriendo?” Era Semana Santa en México. “ Sí- responde él- pero resucitó y, por eso, estamos todos tan contentos”. “ Alejad de vosotros la tristeza, la amargura…Alegraos siempre en el Señor, os lo repito: alegraos”( San Pablo). El mismo Jesús les dice a los discípulos, tristes por lo que les dijo que se iba y lo que padecería: “ Porque os he dicho estas cosas vuestro corazón se llenó de tristeza. Pero de nuevo me volveréis a ver y se llenará de alegría. Y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría”. Desde entonces, esa alegría es la razón de la fe y de la esperanza y vida de los verdaderos cristianos. La misma joven María de Nazaret irrumpe con esas palabras: “Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador”.

Hasta los pecadores, de los que hay muchos santos y santas que lo fueron, después de su conversión, sabiendo que Dios había perdonado sus pecados como si nunca hubieron pecado, vivieron siempre, en medio de sus pruebas y lucha, con una alegría contagiosa hasta su muerte. San Agustín, que celebramos su día el 28 de este mes, es una de las grandes pruebas de esa alegría, después de una vida de vicio, desorden, ambición y lujuria. Dice en una de sus exclamaciones, en su obra: “ Confesiones”:” A veces, me haces sentir una dulzura, una alegría interior que, si fuera completa en mi, sería un no sé qué que no sería esta vida”. Y, convertido ya:” Libre estaba ya mi alma de los mordaces deseos de ambicionar, de ganar dinero, de revolcarse y rascarse la sarna de la lascivia y gorjeaba contigo, claridad mía, riqueza mía, salud mía, Señor Dios mío”.

Para terminar voy a contar alguna escenas, reales, y quizás algún que otro chiste, para descargar y compensar las veces que con algunos de mis artículos os he dado la gran lata, aburridos y hartos de leerme, si es que, como me figuro, llegasteis a leerlos enteros. Bueno, bueno, menos en aquellos escritos en andaluz coloquial y algunas entrevistas, supongo. Y es que la vida, amigos míos es, unas veces, como una carcajada y otras, como un calambre en las espinillas. Va por vosotros:

Nada menos que en la catedral, de Málaga, llena de gente, un día solemne. El obispo, entonces Don Emilio Benavent, empezó a hablar por el micro con todo el altavoz al máximo. Y se fue la luz, la corriente. En la pausa, mientras lo arreglaban, el bueno del obispo, aburridillo, va y dice ante el micro, canturreando: “ ¡ Esto no funcionaaaa”!” Y se oyó en ese momento, que se había reparado el fallo, en todo el recinto de la catedral hasta las mismas puertas de entrada. Ahí queda eso para la historia catedralicia. Real. En el seminario de Málaga, en la capilla, en una misa solemne ,también, el coro cantaba, casi desgañitado, había buenas voces. Llegó el momento de la comunión. Cantaba el coro: “ La puerta del sagrario quién la pudiera abrir, Jesús entrar queremos, llegar a ti…” En ese preciso momento, el celebrante, un cura director espiritual, grave, grueso y serio él, intentaba abrir la puerta del sagrario. Pero no podía. Se había atascado. A la segunda y tercera vez, nada. El coro, viendo la tardanza, repetía la misma canción, como un estribillo: “ La puerta del sagrario quién la pudiera abrir..”. Y así hasta que se dieron cuenta todos y empezaron las sonrisas que terminaron en carcajadas. El cura, repetía a los acólitos: ¡ Diles que se callen, diles que se callen…! Y él insistiendo, hasta que, nervioso y harto, exclama sin poder abrir: “¡ Pero qué demonios hay aquí dentro! Eso fue ya el despiporre, porque lo oyeron todos.

Seguimos con hechos “ reales”. En un pueblo “ de cuyo nombre no quiero acordarme”, un cura vegete y más sordo que la tapia de un cementerio, estaba confesando. Le llegó el turno al alcalde del pueblo. Las beatas miraban y oían con mucho disimulo. ¡ El alcalde! Pasado un rato, se oyó, con eco en las tres naves del templo: “¡ Pepe, con tu mujer na más!” Ahí queda eso. En una visita pastoral, otra vez Don Emilio Benavent, que tenía su puntito de humor, cabalgaba en un burro. Era la cuesta del pueblo. Su secretario también iba en otro burro. Casi emparejado, marchaban soportando los burritos el peso con dificultad. De pronto, el burro del secretario se lanzó cuesta arriba disparando como una ametralladora un chorro de pedos exclusivos de estos animales. El obispo, asombrado y riendo, le dice a su secretario: “¡ Manolo, te ha tocado un burro a reacción!”.

Ya fuera del ámbito clerical, valgan algunos de ambiente social. Proyectaban una película: “ Los últimos de Filipinas”. Un proyector súper ocho, destartalado y de poca visión acústica. El salón repleto. En el silencio de la sala, se oyó muy quedito, un escape de gas que no era del todo inodoro ni “ insonoro” (inaudible). El tufo llegó a un espectador que, entre cómico e indignado, exclamó: “ Por favor, ya que no podemos ver ni oír, dejadnos respirar!”. Caso real. Y con todo respeto a las personas citadas, alguno es real y otros, no. Pero, como dije, para compensar las latas que os di con mis artículos pesados, los que lo fueron. Y esto, por aquello de que un cristiano triste es un triste cristiano: En el tren, iban juntos dos viajeros. Uno de ellos enano( con todo respeto, repito). Llegaron a una estación y el hombrecito resbaló hasta caer de pie en el suelo. Rápido, su compañero lo cogió y lo volvió a poner en el asiento. Así llegó otra estación y pasó lo mismo. Con prisa y muy atento, lo colocó en el asiento. Llegaron a otra estación y lo mismo. Pero el amable pasajero le dice, extrañado: “ ¿ Pero usted en qué estación se quiere bajar? El pequeño hombre le contesta muy cabreado y gritando: ¡ Hijo de p…! Si cada vez que me quería bajar usted me ponía en el asiento!”. Vamos con otro: Aprendiendo a conducir una chica, observada por el profesor de la escuela. Se para ante un semáforo. Verde y no arranca. Ámbar, tampoco. Rojo, igual. Y así un buen rato mientras el semáforo cambiaba. La aprendiza ni se movía. El profesor, algo mosca, va y le dice: “ Señorita, cuando salga el color que a usted le guste, puede arrancar.” Perdón por los chistes conocidos. Que no pase como aquél chistoso que se estaba riendo él solo sin decir palabra.” ¿ De qué te ríes, hombre?” Y él, contesta : Porque me he contado un chiste que no sabía”. Prohibido reírse, por cumplido, de un chiste malo y conocido, como este. Lo importante es, sabiéndolo o no, disfrutar de la gracia de un chiste. ¡ ¡Cuántas veces nos han contado, repetido, uno que siempre nos hizo y hace reír. Hasta con lágrimas en los ojos, y nos hace salir un momento de la rutina seria de la vida y lo agradecemos sin protestar contra el que lo cuenta.

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