(Antonio Serrano Santos) De la nobleza heroica de la canción legionaria “ Soy el novio de la muerte” , hasta la ridícula fiesta del Halloween, hay la misma distancia que del valor  temerario por una causa noble  al miedo cobarde por un ruin intento de burlar la muerte y los muertos. Salva la inocencia de los niños que” no saben lo que hacen”, no se salvan del miedo, aunque lo intenten, los que , de mil modos y disfraces, ocultan el terror del terror que la muerte  les produce y no se salvan de él por mucho que se rían de ella y quieran olvidarla.

Se toma a broma lo que se debe tomar muy,  pero que muy en serio. Se celebra con risas y algazara, ruidosamente, lo que vendrá tan callando: “ Recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte/ contemplando cómo se pasa la vida/ cómo se viene la muerte/ tan callando.”( Jorge Manrique)

Las numerosas muertes, horribles muertes, en el callejón con efecto dominó, callejón de la muerte, nunca mejor dicho, atrapados, en la celebración del Halloween, en Seul y casi simultáneo en Sevilla, es una indicación de hasta dónde llega la insensatez, juvenil, sobre todo, y de muchos adultos que son los que comenzaron a dar ese trágico ejemplo macabro y sin sentido real.Cierto que muchos adultos lo toman como una simple diversión, sin querer ofender a la religión ni a nadie. Y esa es la trampa por la ignorancia del verdadero peligro. Hasta dónde llega la estupidez humana. Sobre todo en ese afán incontrolado de divertirse,caiga quien caiga, y pase lo que pase. Empezando y terminando por ellos mismos.

Todo lo que se diga en contra de esta herencia nada cristiana, ni siquiera sensata, ajena a las costumbres sociales y religiosas de España , es poco. Importada y aceptada hasta en gran parte del mundo, como uno de los mayores propagandistas de la” civilización de la muerte”, con capa de humor y mera nueva costumbre, ridiculiza y quita la dignidad de la muerte y del que muere, supliendo el llanto y el verdadero dolor del amor familiar que lo contempla mientras agoniza, oyendo en las calles cercanas las risas, las burlas, las caretas diabólicas que se asoman por las ventanas, los niños llamando a la puerta del moribundo, ajenos, en su inocencia manipulada, a lo que pasa dentro, con el  “truco o trato”. “ La civilización de la muerte” que relativiza la muerte según convenga a unos o a otros; políticas, ideologías y demás criterios inhumanos: la eutanasia directa, los millones de abortos de inocentes, las muertes por violencia personal, las muertes indiscriminadas en guerras…A esta “ Civilización de la muerte” se opone la “ Civilización del amor”, defendida por San Juan Pablo II, practicada con su ejemplo de perdón al que pudo ser su asesino y por los que se exponen a la persecución y la muerte los que la defienden.

Las calles amanecen sucias al máximo. Delincuencia aprovechada para sus fines de robo, maltratos, muertes…como una fiesta más de las que ya estamos acostumbrados. Pero no es una fiesta más. No. Es el retrato de aquello que decía el escritor: “ La ciudad alegre y confiada”, a la que le vendrá la destrucción moral, la desgracia, por sorpresa, cuando menos lo espere. La falsa alegría que emborracha con sus mentiras.

Pero existe una misteriosa y real alegría El temor y la tristeza es natural ante la muerte. El mismo Jesucristo los pasó en su noche de la oración del Huerto de los Olivos, en Getsemaní. Solo se pueden superar como el mismo Jesús demostró.

“No hay santidad, ni  verdadera vida cristiana, sin alegría”. “Un cristiano triste es un triste cristiano”. La alegría del cristiano no es la emoción de un momento o simple optimismo humano, sino la certeza de poder afrontar cada” situación”, bajo la mirada amorosa de Dios, con la valentía y la fuerza que proceden de Él “. Como la” situación” ante la muerte. Es conocido cómo, ante la muerte, unos mueren  llorando y otros, sonríen.

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