(Por Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental) No sé si es por el Foro de Agricultura, Agua y Futuro que se ha realizado en mi pueblo esta semana con la presencia del privatizador y trilero de mamografías; o la discusión de eliminar el cambio de hora y dejarnos, por recomendación de la ciencia, para adaptarnos a los biorritmos naturales, y de la economía para aprovechar el sol trabajando y no para socializar, en un invierno perpetuo; o de la influencia del cometa C/2025 A6 (Lemmon) descubierto a principio de este año, que no volverá a pasar hasta dentro de 1350 años y que alcanzará su máximo brillo coincidiendo con el Día de Todos los Santos, que me he rendido a Halloween.
Me ha costado y estoy seguro de que echaré de menos las misas de difuntos para rezar por los muertos y reafirmar que creemos en el más allá, las castañas asadas, el anís, la mesa camilla, el “no es verdad, ángel de amor” y las velas de cementerio encendidas en la despensa por si vuelven de allá a vernos y tienen hambre, pero me han dicho que esto es como los carnavales y que nos podemos reír de la muerte y de los vivos, ironizando y disfrazándonos de lo que queramos, y que, pasado el jolgorio, todo vuelve a la rutina, sin rencores, críticas ni malas caras.
Al ser de los últimos en sumarme al rebaño, y no estar todavía muy convencido, he pensado que deberíamos hacer lo mismo que hicieron ellos, adaptar esta fiesta pagana, consumista y demasiado yanqui a nuestro territorio. Por eso quiero hacer algunas sugerencias para sentirnos más identificados con ella y ahorrarnos la huella de carbono de todos esos plásticos de colores que nos llegan de China. Además, el momento es ahora, que el del pelo naranja (¿será una pista de que vuelve del más allá?) está de obras en la Casa Blanca y ofuscado porque sus coleguitas no le hacen caso, siguen matando gente en Gaza y en Ucrania y por su culpa no le han dado el Nobel de la Paz.
Lo primero que haría sería sustituir las terroríficas, demoniacas y monocromáticas calabazas por la diversidad de formas y colores de las hortalizas de la zona. La creatividad de los niños se multiplicaría por mil. Imagínense un pimiento infectado de Parvispirus si no da miedo; o un tomate dopado marroquí persiguiendo a nuestros saludables regordetes y rojos; o una berenjena pagada a diez céntimos al agricultor que multiplica su precio en el supermercado; o un pepino desechado por el feroz mercado y convertido en comida para cabras o un chorreante y maloliente vertedero ilegal.
Para los disfraces plastificados no tendríamos que ir a los chinos, sino que podríamos coger los que quisiésemos de las ramblas; eso sí que sería economía circular y lo demás es tontería. Podemos hacer pelucas, telarañas y forrar las momias con rafias; túnicas y capas de plástico de solarización con la ventaja de que calentaría y mataría los patógenos de nuestros niños; con las cajas de hortalizas podríamos hacer carritos de mini verduras amenazantes; con los botes de fertilizantes, brebajes venenosos para multiplicar el tamaño y la belleza de quien lo probase y forraríamos las casas con los plásticos de cubierta para reducir el albedo solar.
Los murciélagos los dejaría, pero como aliados para comerse a los thrips, que nos darían mucho más juego que las monótonas arañitas y telarañas de los americanos, y por supuesto metería abejorros gigantes, que zumbasen toda la noche, picoteando cabecitas de flor en flor. Ya me imagino a los niños disfrazados de verduras zombis, corriendo despavoridos para no ser picoteados por los virus que a su vez huyen de los abejorros, arañas y murciélagos.
Haríamos galletitas, batidos y pasteles saludables de muchos colores, por supuesto sin azúcar, pero con mucha fructosa. Podrían tener forma de hojas de pimiento espolvoreadas con pulgones de chocolate blanco, o de berenjenas arrugadas recubiertas de virutas dulces como si fuesen la arena de las ramblas, o bombones de garrafas rellenos de licor, o bolsitas de insectos, unos pelados y otros para pelar.
También se podría inventar que estos días la verdadera selva amazónica se conecta con la nuestra a través de un portal misterioso por donde entran animales exóticos o extintos para buscar otro espacio donde recuperar la vida. O podrían llegar extraterrestres atraídos por la pista de aterrizaje del mar de plástico que se ve desde el espacio para robarnos los invernaderos y reducir el cambio climático en su planeta, o simplemente para pasar el verano aquí, que hará más fresquito.
Y una marabunta de zombis, muertos vivientes, donde tendrían cabida los inmigrantes ilegales secuestra niños, roba trabajos y buscadores de ayudas para redoblar su fuerza y reconquistar la tierra de sus antepasados; los intermediarios chupasangres; los agricultores arruinados; los fondos buitre compradores de cooperativas; los predicadores de la Unión Europea anunciando con una campanita la Agenda 2030, el fin del mundo; los sedientos buscando agua debajo de las piedras; y los hipócritas de los políticos pidiendo votos prometiendo un futuro esperanzador mientras pactan y aceleran la agricultura del país vecino.
Yo ya estoy pensando en disfrazarme del doctor Frankesmoi y construir nuevas especies de aves, como un flamenco con patas de malvasía, o una cigüeñuela gritona con alas de aguilucho lagunero, o un camaleón con patas de zorro, alas de garza real, caparazón de leproso y cola de lagarto ocelado, o un monstruo de barro y sal de los charcones de Cerrillos que lance carrizos como flechas y bolas de fuego de lentiscos y sabinas.
Como verán, esto es una gran oportunidad de negocio, un pelotazo para diversificar nuestra economía local y atraer turismo para celebrar la Noche de la Agricultura cadáver. A ver si el Ayuntamiento, Diputación o la Junta me apoyan para desarrollar la idea. Aunque, pensándolo bien, lo más seguro es que se la den a sus amigotes para privatizarla y forrarse ellos. Mejor hago una licencia Creative Commons, la lanzo libre al mundo y conservo mis derechos de autor.













