(Por Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental) Cuentan las malas lenguas que el cabreo del otro día de Donald Trump, por el que decía que deberían echarnos de la OTAN, no era con Pedro Sánchez por el 2%, sino con la alcaldesa de Almería, María del Mar Vázquez, porque por su magnífico y emotivo discurso sobre la libertad, la justicia, el diálogo, el respeto mutuo y la democracia en el acto de reinhumación de los Coloraos, no le han dado el Nobel de la Paz.

Parece ser que estaba hecho, que los noruegos habían ignorado que sacara a su país del Acuerdo de París contra el cambio climático, la persecución y deportación masiva de inmigrantes, el muro con México, explotar narcolanchas, la inestabilidad mundial por los aranceles, el asalto al Capitolio, las fiestas que disfrutaba con su íntimo amigo, abusador de menores y depredador sexual, Jeffrey Epstein, las armas que venderá a la OTAN para que Ucrania resista ante su colega Putin, el resort que construirá en el desbastado territorio de Gaza por su socio hostelero Netanyahu y algunas pequeñeces más sin importancia.

Pero justo cuando estaban apuntando el teléfono de la Casa Blanca para darle la noticia de que habían cedido a sus presiones y a la sugerencia de que la cuantía del premio se la entregasen en pólvora para terminar algunos asuntillos que tiene entre manos, llegaron noticias a Oslo de lo que había sucedido en la Plaza Vieja de Almería. Prestos corrieron a buscar los videos en las redes y quedaron maravillados del hermoso discurso de la alcaldesa, que pasará a la posteridad, a la historia de esta ciudad y los niños recitarán en los colegios cada nueve de octubre.

Tras escucharlo varias veces, la intención del voto varió sustancialmente y la mitad de sus compromisarios pidieron el Nobel para la alcaldesa. Discusión que subió de tono y, ante la imposibilidad de romper el empate técnico, decidieron dárselo a la diputada María Corina Machado para ver si recuperan Venezuela para la causa fascista.

Con el cabreo, Trump estuvo a punto de mandar quemar el acuerdo de alto el fuego entre Israel y Hamás, pero luego pensó que los negocios, el capital, los beneficios, están por encima de los sentimientos personales y que ya se desquitaría dando palos en el descanso de la Super Bowl cuando pille desprevenidos a los seguidores del portorriqueño Bad Bunny.

Pero aunque quería ser práctico, no se lo quitaba de la cabeza y llamó a su amigo Santiago Obescal para que le contase quién era esa alcaldesilla que le había robado el Nobel. Este, después de varias genuflexiones, que por supuesto no veía su interlocutor, le dijo que ellos no habían asistido a un acto para glorificar a unos, que aunque los llaman coloraos, eran rojos, pero muy rojos, liberales, y para que el americano lo entendiese mejor, añadió que eran como los de la flotilla, unos terroristas y bien fusilados estaban y que el error de los absolutistas fue no quemarlos en la hoguera y permitir que los enterrasen.

El americano seguía enfadado y le decía que tenían que hacer algo contra la alcaldesa, para que se supiese quién mandaba en el mundo. Obescal aunque estaba de acuerdo con él, le pidió un poco de paciencia, porque aunque las encuestas le auguran un futuro prometedor, necesitarán la ayuda de la derechita estafadora y cobarde para llegar al poder. Y para calmarlo un poco, añadió, que cuando eso ocurriese, ya los pondría a todos en su sitio y lo llamaría para que les prestase los protocolos racistas para la tortura y expulsión de inmigrantes.

Trump, cabezón como él solo, seguía a lo suyo y Obescal para intentar tranquilizarlo, le dijo que el discurso de la alcaldesa era solo fachada, lo que la gente quería escuchar, y la elogió diciendo que había vetado, censurado y silenciado a la causante del vil acto, Carmen Ravassa, la Greta Thunberg almeriense, que encontró los huesos olvidados en el cementerio y consiguió movilizar a la sociedad almeriense, a la justicia y al Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática para paralizar la tala de los árboles de la Plaza Vieja, el traslado del Pingurucho y la construcción de una plaza diáfana donde secar a los almerienses como tomates al sol.

Obescal le prometió que lo tenía todo controlado, que ir a los mercadillos a comerle la cabeza a la gente está dando sus frutos, y le pidió que le echase una mano metiéndole caña al corrupto, traidor Perro Saunas. Trump, con su voz de Vito Corleone, le dijo antes de colgar: “San Diego, no me falles”.

Santiago tragó saliva, Donald soltó eso de sacarnos de la OTAN, y la alcaldesa, sin saber que había estado a punto de ganar el Nobel de la Paz, se quedó mirando el Pingurucho desde su ventana mientras saboreaba su venganza arrugando un periódico donde salía una foto del estandarte de la Asociación del Bicentenario de Los Coloraos y pensaba la manera de poder acabar con él y con todos ellos. Luego volvieron a tirar de sus hilos y la marioneta rencorosa se marchó a otros menesteres, mientras los restos de aquellos hombres, Mártires de la Libertad, por fin descansaron en paz.