(FLL) La final de la Copa del Rey que este sábado medirá a Real Madrid y FC Barcelona en La Cartuja nació bajo la promesa de un espectáculo histórico. En su lugar, la semana previa ha derivado en un sainete de reproches cruzados, ruedas de prensa lacrimógenas y amagos de boicot que sólo han servido para minar la confianza de quienes deberían ser los grandes beneficiados: los espectadores.
Un enredo innecesario
Todo estalló cuando el Real Madrid elevó una queja formal a la RFEF y, a renglón seguido, canceló sus obligaciones mediáticas al conocer que Ricardo de Burgos Bengoetxea y Pablo González Fuertes —designados como árbitro principal y VAR— comparecerían ante la prensa para lamentar el hostigamiento que sufren desde hace meses en los vídeos de Real Madrid TV. De Burgos llegó a romperse al recordar que a su hijo le llaman “ladrón” en el colegio.
La reacción del club blanco —exigir un cambio de colegiados y ausentarse de la foto oficial— alimentó rumores de boicot que coparon tertulias y portadas hasta que, 24 horas más tarde, una nota oficial zanjó la fuga hacia adelante: “Nunca consideramos no jugar la final”.
Demasiado tarde; el daño reputacional ya estaba hecho
Florentino, Laporta y la pirotecnia
No es la primera vez que Florentino Pérez eleva el listón de la presión arbitral, pero sí una de las pocas en que se encuentra con un contrapeso público tan contundente. Los árbitros, hartos de ser diana, sacaron un altavoz y se defendieron en directo. El resultado fue un incendio que el propio Real Madrid avivó y que Joan Laporta, experto en la retórica de la épica, aprovechó para presentarse como el dirigente sosegado que “prefiere hablar en el césped”.
Ambos presidentes tienen su parte de culpa. El primero por cultivar un ecosistema mediático que disecciona cada decisión arbitral hasta convertirla en afrenta; el segundo por hacer caja política del victimismo ajeno en lugar de reclamar cordura. Mientras, el colegiado designado para impartir justicia acude a la final con el ánimo por los suelos y con medio país juzgando su neutralidad antes del primer silbido.
Tebas, mirando al otro lado del campo
Y mientras los dos colosos del fútbol español se enzarzaban, Javier Tebas volvía a pregonar su cruzada particular: erradicar la piratería IPTV que, asegura, drena entre 600 y 700 millones de euros anuales a LaLiga. La contabilidad es importante, pero su obsesión por los números contrasta con su tibieza a la hora de frenar un pulso que amenaza la credibilidad del torneo más antiguo del país. Resulta paradójico que el presidente de la patronal se afane en bloquear 3.000 IPs por partido y, sin embargo, no mueva un dedo visible para proteger a los colegiados —piedra angular del “producto” que vende— de una campaña de hostigamiento público.
Cuando la audiencia percibe que el desenlace puede estar condicionado antes de empezar, el fútbol pierde valor. Y eso, señor Tebas, también es un agujero en la cuenta de resultados.
Las cifras que olvidamos
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Hace un año, la final copera reunió a 10,1 millones de espectadores únicos en RTVE y Movistar+. La previsión para 2025 se recortó un 7 % tras la espiral de polémicas (estimación de Barlovento Comunicación).
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Solo en Twitter/X, los hashtags vinculados al “robo arbitral” generaron 2,8 millones de interacciones en 48 horas, según Talkwalker, eclipsando cualquier conversación sobre táctica o jugadores.
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La RFEF acumula 14 expedientes disciplinarios por declaraciones contra el estamento arbitral en lo que va de curso, la cifra más alta desde 2017.
No hablamos, por tanto, de una tormenta en un vaso de agua: la erosión de la confianza es medible y repercute en patrocinadores y audiencias.
El espectador, última prioridad
Con esta tormenta perfecta, ¿quién protege al aficionado que pagará vacaciones en Sevilla o el abono de streaming para ver la final? Si algo debería unir a LaLiga, RFEF y clubes es el compromiso de garantizar que el resultado se defina sobre el césped y no en despachos, platós o war rooms antipiratería.
Pero el mensaje que recibe el público es diametralmente opuesto: que el negocio —ya sea en forma de derechos televisivos o de influencia institucional— prima sobre el espectáculo. Y si el aficionado percibe que todo está viciado, la siguiente final la verá en plataformas ilegales o, peor, no la verá.
Un tirón de orejas (con cariño… y preocupación)
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Florentino Pérez: su poder mediático obliga a un ejercicio de responsabilidad mayúsculo. Convertir la presión arbitral en estrategia comunicativa puede funcionar a corto plazo, pero deslegitima competiciones que también sostiene su club.
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Joan Laporta: la templanza mediática no exime de arrimar el hombro. El silencio cómplice ante el descrédito institucional no coopera con la transparencia que proclama.
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Javier Tebas: proteger la caja pasa por proteger la credibilidad del producto. Si el próximo golpe mediático lo da el VAR, ningún cortafuegos antipiratería evitará que la audiencia se fugue.
Conclusión
El Clásico debería girar en torno al fútbol, la táctica y la emoción de un título en juego. En cambio, llega contaminado de sospechas sembradas por quienes más poder ostentan. Si los actores principales no rebajan el volumen de la crispación, la final de 2025 será recordada como la noche en que la Copa del Rey se jugó dos veces: una en el césped y otra en la sala de prensa. Y todos sabemos cuál de las dos acaba perdiendo el aficionado.
Es hora de que el balón vuelva a ser el protagonista. Aún estamos a tiempo