(Por Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental) El final del verano llegó y nos deja imágenes de jóvenes flamencos desorientados andando entre los bañistas y cientos de cigüeñas descansando al atardecer en los edificios de Almería. Ambas especies, y otras muchas que pasan desapercibidas, ya están migrando, de paso postnupcial, y partirán, pero esta vez sí sabemos hasta cuándo: hasta que pase el frío en Europa y vuelvan de África a reproducirse.
Aunque se repiten todos los veranos, este año han llamado más la atención, porque han nacido más flamencos que nunca en Fuente de Piedra, 22.700, y el descanso de las cigüeñas ha coincidido en la capital y en mayor número debido al humo de los incendios que asolan el país.
Son dos especies muy distintas, pero tienen en común que el ser humano siempre las ha considerado portadoras de buen augurio; por eso no se han cazado masivamente, se han respetado sus poblaciones y su conservación es buena. Su belleza, armonía, elegancia, sus vuelos en grandes bandadas y el misterio de sus migraciones han inspirado numerosas leyendas, poemas e hipótesis a lo largo de la historia, relacionándolas con la inmortalidad del ave fénix o la protección de la familia y la natalidad.
Aunque en Almería es al contrario, de forma generalizada, las cigüeñas están más presentes, ya que viven junto a nosotros en las ciudades, donde hacen sus grandes nidos, aprovechan las zonas cultivadas para comer y su llegada y su marcha a lo largo del año son más evidentes. Los flamencos, por el contrario, necesitan de humedales salinos para comer, y estos suelen estar alejados de los pueblos para prevenir los mosquitos y sus enfermedades, y a donde solo nos acercábamos a extraer sal, cazar y recolectar plantas. Sus nidos pasan desapercibidos, porque los hacen sobre tierra, en las orillas y escondidos a la vista de los depredadores.
Si las cigüeñas hicieron noche en los tejados es porque suelen migrar durante el día, ya que aprovechan las corrientes térmicas para poder ascender hasta los 1500 m y dejarse llevar en sus desplazamientos. Planear gasta 27 veces menos energía que volar. Sin embargo, los flamencos, como la mayoría de las aves, suelen hacer sus largos vuelos de noche, para evitar a los depredadores, el calor y el viento, y así ahorrar energía y deshidratarse menos. Por eso los vemos volar a los atardeceres y su silueta, cruzando el sol del ocaso, se ha grabado en nuestro subconsciente.
Ambas especies se distribuyen por Europa, África y Asia y pueden recorrer largas distancias al día, entre 400 km las cigüeñas y hasta 600 km los flamencos, pero unas son más visibles porque los hacen sobre tierra, ya que las térmicas no se producen sobre el mar y, por tanto, tienen que cruzar, aquí en occidente, por el Estrecho de Gibraltar (en oriente es por el Bósforo), y los otros son capaces de atravesar el Mediterráneo en sus vuelos.
En estos momentos, los pollos nacidos en primavera, después de alimentarse y crecer durante el verano (las cigüeñas tras 56 días, los flamencos a los 90), realizan sus primeros vuelos. Algunos flamenquitos que no están preparados aparecen cansados, desorientados y solos en las playas. Hay que intentar no molestarlos, no estresarlos, dejarlos que descansen y seguro que su instinto los acercará a la colonia más cercana. Es el instante más delicado de su vida, y algunos morirán, pero si lo superan pueden vivir hasta unos 40 años y las cigüeñas unos 25.
Escenas llamativas que se viralizan en cuestión de horas y que sirven para conocerlas un poco más, y para que muchos, con buena intención, se pregunten cómo podemos ayudarlas. Salvo casos puntuales (avisamos al 112 aunque no hagan nada por socorrerlas), no necesitan ayuda. Si queremos ayudar, conservemos y respetemos sus ecosistemas, protejamos sus nidos, disfrutemos de sus movimientos, de su belleza y estudiemos cómo son capaces de volar 12.000 km/año, cruzando continentes, mares y salvando miles de obstáculos, o por qué han dejado de migrar y están cambiando sus recorridos. Las respuestas son evidentes y la prueba de que la ayuda la necesitamos nosotros.
Si las dejamos en paz, aunque los vientos soplen fuertes, resistirán para seguir volando, como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie, y llevando en sus picos, patas y plumas la vida, las canciones, el eco de su voz, que nos hacen falta para no perder el equilibrio y regenerar la esperanza de que alguien quiera ser un águila para volar cerca del sol, o un ruiseñor para cantar cerca de ti, y conseguirte las estrellas y la luna y ponerlas a tus pies.
A la memoria de Manolo, la mitad de un dúo muy dinámico, que como los flamencos y las cigüeñas llenan el mundo de color.