Un encuentro con visión (y sin gritos)
La reunión reciente entre el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y su homólogo chino no ha pasado desapercibida. En un mundo donde las tensiones comerciales están más tensas que los vaqueros de un cowboy texano, España ha optado por el camino del diálogo y la diplomacia económica. Y lo ha hecho con un actor que, le pese a quien le pese, será protagonista del siglo XXI: China.
Mientras ciertos líderes del hemisferio occidental —sí, Donald, te estamos mirando— suben aranceles como si fueran stories en Instagram, en Europa se empieza a entender que el aislamiento económico no es precisamente una estrategia brillante. A no ser que tu objetivo sea convertirte en una caricatura con peinado de huracán.
¿Por qué China? ¿Y por qué ahora?
China no es solo un «gigante asiático» con fábricas que no duermen. Es el mayor exportador del mundo, el segundo importador y, cada vez más, un inversor global con intereses logísticos, tecnológicos y energéticos. La iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda (BRI) busca conectar Asia, Europa y África a través de infraestructuras, puertos, trenes y acuerdos económicos. ¿Y adivina quién es la puerta natural de entrada a Europa por el sur? Bingo: España.
España como nexo estratégico
España no solo tiene geografía a su favor —puertos como Valencia, Algeciras o Barcelona son clave en el comercio marítimo con Asia—, también tiene estabilidad política dentro del contexto europeo (sí, aunque nos duela decirlo en voz alta con una ceja levantada). Y eso a los inversores chinos les interesa.
Madrid puede convertirse en un hub logístico y financiero para los intereses chinos en Europa Occidental, sirviendo de base para el comercio, la innovación tecnológica y el intercambio cultural. Y al revés: España tiene mucho que ganar con más acceso a un mercado de 1.400 millones de consumidores, deseosos de aceite de oliva, vino, moda y esa cosa llamada turismo que nos gusta tanto.
Europa, entre la presión americana y la realidad asiática
Mientras Estados Unidos juega al poli malo con sus aliados —subiendo aranceles, amenazando con guerras comerciales y buscando sumisión diplomática como si esto fuera un episodio de The Apprentice—, Europa necesita opciones. Y China representa eso: una alternativa pragmática con quien negociar desde el interés mutuo, no desde el berrinche.
Eso no significa ignorar las diferencias. Europa debe defender sus valores, su modelo social y su regulación. Pero el diálogo es posible, y si España toma el rol de puente, puede reforzar su posición dentro de la Unión Europea y ser algo más que «el país donde los alemanes veranean».
Abrir puertas en lugar de levantar muros
El encuentro entre Pedro Sánchez y el presidente chino no es solo una foto. Es una señal. Una señal de que hay líderes que entienden que el futuro no se construye con amenazas de aranceles ni con discursos nostálgicos de grandeza pasada, sino con acuerdos, visión estratégica y relaciones de largo plazo.
Y si algún expresidente americano con complejo de emperador naranja quiere opinar al respecto… bueno, que lo haga en su red social con diez likes. Aquí, en Europa, se sigue apostando por el comercio real, no por los reality shows.
Andalucía, China y el papel que España puede jugar
Desde Andalucía —con Málaga cada vez más presente en los mapas de inversión, tecnología y turismo—, mirar hacia China no es solo una cuestión estatal, sino también regional. Proyectos en infraestructuras, tecnología agrícola o colaboración turística pueden convertir al sur de Europa en un espacio de intercambio con Asia más activo y dinámico.
Y es ahí donde España, lejos del ruido mediático y las batallas de ego internacionales, puede demostrar que hay otra forma de hacer política exterior: una que no busca titulares grandilocuentes ni muros ideológicos, sino puentes comerciales, acuerdos reales y un futuro común.
Porque mientras unos juegan a levantar fronteras… otros prefieren abrir mercados.